MANILA 7:00 AM

MANILA 7:00 am

Hablando de modales, sobran durante una emergencia así como el sobrepeso en un avión.

Jamás me he sentido tan cerca a la Luna como ahora porque estoy en el cielo. El avión tiembla pero no tengo miedo porque me encuentro muy cansado. A pesar del cansancio, imagino que estrellamos contra una montaña y tiemblo de miedo. Tiemblo de miedo porque estoy en el aire y el avión se estremece como en las películas antes de que se caiga inexplicablemente al mar.

Los pasajeros duermen porque ahora son las 2:30 am y están todos muy cansados. Las aeromozas encienden la luz cada hora para vender Coca Cola y papas de paquete. También lucen cansadas y están pálidas a pesar del maquillaje. «Deben de tener miedo», me digo, y la sola idea del Capitán informándoles en confidencia que el motor del ala izquierda se fundió, me hace sudar en mi puesto. 

En mi país de origen trabajaba como abogado a pesar de que no me gustaba trabajar ni tampoco ser abogado. Sentado frente al computador el lunes en la mañana, pretendía trabajar cuando en realidad leía libros de piratas en internet.

Debería estar emocionado porque a donde vamos los piratas eran reales, japoneses en su mayoría, batallando contra los españoles en el siglo XVI por el control de las Filipinas. Debería estar emocionado, cierto, pero volar me aterra y entonces todo lo demás deja de existir excepto el miedo y el cansancio. 

La madrugada de ayer estábamos tan cansados que rentamos una habitación cerca al aeropuerto para dormir cuatro horas antes de tomar el siguiente vuelo. Ahora bien, cerca de todo aeropuerto se encuentran dos clases de hoteles: los de cinco estrellas y los que usan las putas para trabajar. Definitivamente, el nuestro no tenía dos estrellas.

Encontramos una película XXX  en el dvd y pelos en la tasa del inodoro. Había un jabón usado en la regadera y manchas de color indeterminado  en la sábana. «Quieres ver una película?», le dije porque soy muy chistoso pero a ella no le dio risa. A ella no le dio risa porque no le gusta hacer el amor en lugares horribles y no tiene sentido ver una película XXX con tu chica si no planean tener sexo de inmediato.

 

Tener sexo es difícil cuando se está cansado o con miedo o cansado de tener miedo. 

 

La paranoia de volar no me  ayuda a conciliar el sueño tampoco. Esta madrugada los temblores son tan terribles que incluso mi novia se despertó. «Tengo frío», dice sin notar siquiera el cataclismo aéreo que obliga a sentar a las aeromozas. Imaginar diez maneras diferentes de morir en el aire me deja sin respiración y siento ganas de llorar. No puedo llorar porque sin aire es imposible llorar y además no quiero que ella sepa lo cobárdicas que soy. «Que pálido te ves», me dice antes de cerrar los ojos de nuevo. Ella está pálida también pero es hermosa e incluso enferma luce bien. 

 

Siento pena por las azafatas porque deben pasar por el mismo infierno todos los días. Puedo imaginarlas dando rienda suelta a un ataque de pánico en el baño. «Compostura mujer!», se dirán frente al espejo, y de vuelta una vez más a zafar cinturones de seguridad y a servir café instantáneo a siete dólares la taza.

 

Este es el vuelo más largo de la historia. Llevamos cuatro horas en el aire y no se ve nada allá afuera salvo oscuridad y truenos. Que el avión no se caiga porque lo tumbó un  rayo, es un misterio para mí. Estamos más cerca de las nubes que de la tierra y aquí arriba los vientos son de 250 nudos y los truenos y centellas son como los avispones y los zancudos abajo en la tierra.

 

No sé si sea justo contar con el valor de un paraguas, pero saberla a mi lado me tranquiliza un poco. Escribir ayuda también a que no me vuelva loco del todo y decida irme al carajo rompiendo las ventanas del avión.

 

Cuánta gasolina puede caberle a un avión para que se mantenga tanto tiempo en el aire? El hecho de que algo tan grande y pesado vuele, es inconcebible para mi. Más que a Simón Bolívar o Cristóbal Colón, admiro a la gente que puede volar. Es tan increíble como teletransportarse o viajar en el tiempo. Antes de los hermanos Wright o Santos Dumont, volar era una fantasía inaudita como el misterio de la santísima Trinidad.  Hoy en día, hacerse de un tiquete de avión es tan sencillo como comprar un par de zapatos en el centro comercial o estudiar derecho y convertirse en abogado.

 

Mi chica y yo hemos volado ocho veces en menos de dos meses y todavía nos quedan tres vuelos antes de regresar a casa. Cada vez que pongo pie en un avión me hago más cobarde y sospecho que estoy volviéndome loco por pasar tanto tiempo en las nubes.
Debería existir una cura contra la cobardía. Mi novia se parece un poco a Dorothy en el mago de Ozz pero yo no soy ningún león en busca del valor perdido. Tampoco siento que mi paranoia esté fuera de orden porque las leyes de la gravedad son las mismas para todos, y aquello que sube deberá bajar ya sea en el aeropuerto Ninoy Aquino de Manila, o en el océano Pacífico que no se ve tan Pacífico desde aquí arriba, violento y vasto y trabajando en conjunto con las leyes de la gravedad para que aterricemos verticalmente en sus aguas, así es como se ve desde mi ventana, aquí arriba, a treinta mil pies de altura.

 

«Tengo frío», me dice mi novia todavía con los ojos cerrados. Es inmune al miedo porque las turbulencias le tienen sin cuidado. Podría dormir durante un aterrizaje de emergencia o, «el» aterrizaje de emergencia que ejecutaremos en breve porque llevamos volando un millón de horas y eventualmente nos quedaremos sin gasolina.

 

Es penosa la manera en la que nos incluimos en la acción de las circunstancias aun cuando no tenemos control sobre las mismas. De 145 personas a bordo, únicamente dos son indispensables. Los pasajeros no servimos para nada salvo para pagar la gasolina, y las azafatas, aunque sonrían mientras que el avión se incendia y ofrezcan comida a las 2:00 am cuando todos dormimos, son tan útiles para el funcionamiento de la nave como las revistas de viajes en la parte posterior de los asientos.

 

Llegar a nuestro destino depende únicamente de quien pilotea el avión y el copiloto sin importar cuánta fuerza de voluntad tengamos o que las aeromozas sean muy amables y hablen cuatro idiomas.

 

Hablando de modales, sobran durante una emergencia así como el sobrepeso en un avión. Sucede lo mismo con un globo cuando pierde altura y se deben arrojar las maletas por la borda para compensar. Si después de las maletas el globo sigue descendiendo, uno de los pasajeros debe saltar y luego toda la tripulación cuando nada más funciona. El último turno lo tiene el piloto porque sin piloto el globo no tendría dirección y lo más importante es que el globo siga flotando.

 

Ahora bien, sin helio el globo no podría flotar a pesar de la pericia del piloto. Con suficiente helio, el globo podría flotar durante días, pero sin helio y con piloto el globo sería en sí mismo un grandísimo peso muerto. 

 

No hay mayor peso muerto que mi novia cuando duerme. Curiosamente, los sonidos más sutiles no la dejan dormir. El ruido de un cortaúñas o alguien aclarándose la garganta en la parte trasera del avión, la enfurecen más que la posibilidad de aterrizar en una montaña. 

 

«Buenos días», le digo con la gracia del mundo a pesar de que son las cuatro de la mañana y todos duermen. Ella no cree que yo sea muy chistoso porque su sentido del humor es más bien nulo en la madrugada. «Este avión es como Myanmar», dice refiriéndose a que allí la gente se aclara la garganta y escupe en todas partes. 
Dudo mucho que alguien escupa aquí adentro porque no estamos en Myanmar y además todo mundo es muy educado cuando viaja en avión. Las azafatas ponen el ejemplo al no roncar mientras duermen. A mi novia no podría importarle menos que alguien escupa dentro del avión porque cuando duerme lo hace con los ojos cerrados y no puede ver nada. No puede o no quiere ver nada. 

 

Todo esto tiene sentido para alguien cuyo mayor temor es no dormir lo suficiente. Compartiría el mismo sentimiento si pudiera dormir del todo; si pudiera dormir del todo, despertaría únicamente porque aterrizamos o porque el avión se está incendiando. Sea como fuere, despertaría ante la invitabilidad de las circunstancias y no por la posibilidad de una tragedia. 

 

Si tan sólo pudiera dormir, sería un peso muerto más, aunque lo soy de todas formas porque mi paranoia no me hace indispensable para el vuelo.

 

«Iniciando aterrizaje», me digo como para hacer algo porque cinco horas sentado vuelven loco a cualquiera. La azafata me  pide que abroche mi cinturón porque pronto aterrizaremos. «Iniciando aterrizaje», me digo una vez más, pero no soy yo quien lo dice sino el piloto a través del parlante. 

 

«Pareces un loco», dice mi novia sonriendo por primera vez desde Hanoi. Sus ojos reflejan las primeras luces del amanecer y entonces tengo la certeza de que todo estará bien porque nada malo podría sucederle a un tipo tan afortunado como yo. «Pudiste dormir?», me pregunta despierta del todo. «Un poco entre cada turbulencia», respondo.

 

En algún lugar allá abajo se encuentra Manila. No consigo ver nada salvo nubes y mar pero tengo fe en el piloto. Dios, llevamos tanto tiempo volando que la tierra es un mito para mí ahora. «Terra incógnita», lo llamaría Colón 500 años atrás. 500 años y pasamos de rodear al mundo en barco a sobrevolarlo en avión. No sé lo que nos espera pero tampoco lo sabía Cristóbal Colón y mira qué bien le fue. «Iniciando aterrizaje», digo en voz alta porque me gusta verla sonreír. «Pareces un loco», responde, y por arte de magia o debido a la tecnología de volar y especialmente de aterrizar con vida y en una sola pieza, llegamos a Manila.

2 thoughts on “MANILA 7:00 AM

  • 22/09/2016 en 12:52 pm
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    Me encanta el humor, a mi sí me pareció chistoso.

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  • 22/09/2016 en 6:00 pm
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    Si! la combinación del cansancio con el miedo nos pone en un estado muy extraño… comparto totalmente ese sentimiento y lo que me parece mas horrible es darme cuenta de que con el tiempo empeora!!!… pero llegar al destino lo supera todo! Espero pronto saber las impresiones sobre Manila!

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